
«De ser motor del desarrollo capitalista, el militarismo ha pasado a convertirse en una enfermedad capitalista.» (Rosa Luxemburgo. “Reforma o revolución”)
Hace ya casi un siglo y cuarto, cuando el término “militarismo” solo lo empleaba una reducida élite política para para referirse a la profesionalización de los ejércitos que el imperialismo, todavía adolescente, necesitaba para conseguir encarar su fase de máxima expansión, Rosa Luxemburgo, que fue apodada por Lenin, «Águila de la Revolución», no solo avisaba de cuál iba a ser el lógico desenlace de aquella dinámica belicista, también se atrevía a avanzar que aquel culto a la guerra llegaría a convertirse en uno de los peores cánceres del propio capitalismo. Años después, en 1914, la historia le daría la razón, aunque aquel acierto le costase 4 largos años en prisión, acusada de derrotismo y traición y, finalmente, ser asesinada por mercenarios ultraderechistas con el beneplácito, o al menos la indiferencia, de sus ex camaradas del Partido Social-Demócrata Alemán.
Desde 1870, fecha hoy ya casi antediluviana, no ha habido absolutamente ninguna guerra que no haya sido provocada, instigada, propiciada o permitida por otros motivos que los del mero desafuero imperialista, aunque haya estado maquillado mediante cualquiera de los nombres, disfraces o pretextos que cada momento puntual exigiese. A lo largo de siglo y medio, una cantidad próxima a los 150 millones de muertos (a millón por año, según los cálculos más ponderados) han dibujado con sangre el siniestro rastro que el capitalismo ha ido dejando tras de sí con la única intención de resarcirse de sus periódicas crisis económicas mediante el obsceno tacticismo de obtener ganancia destruyéndolo todo para volver a enriquecerse después, reconstruyendo solo aquello que más le conviniese. Dos espeluznantes conflagraciones mundiales, decenas de conflictos coloniales, guerras civiles, invasiones y contiendas de toda índole han ido trufando de tumbas el planeta, esgrimiendo multitud de excusas diferentes, aunque todas ellas amparasen siempre un único motivo: El control absoluto de la riqueza y de las fuentes que la producen.
Hoy, cuando aún siguen latiendo las heridas de Yemen, Siria o Irak; cuando todavía se escuchan los lamentos del pueblo palestino, etíope o afgano, de nuevo se ha puesto en marcha la maquinaria bélica para amedrentar al mundo con la posibilidad de un nuevo conflicto armado. Esta vez dentro de las fronteras europeas y hasta con cálculos potenciales de posibles bajas iniciales; la mayor parte de ellas, obviamente, civiles. El campo de batalla elegido para este nuevo “tour de force” entre potencias es Ucrania. Una fértil región centroeuropea que, desde que los anales recogen su existencia, ha sido “visitada” consecutivamente por tártaros, mongoles, cosacos, rusos, polacos, alemanes y, de nuevo, rusos y a los que, uno tras otro, les han ido ofreciendo el pan y la sal y recibiéndoles como libertadores del yugo impuesto por el anterior ocupante. Curioso país…
En Ucrania, los amores y odios que desde hace 3 décadas han mantenido las diferentes “nomenklaturas” respecto a Rusia, han marcado de forma harto peligrosa la realidad política y social del país. Una dinámica que alcanzó un importante punto de inflexión en 2014, en pleno proceso de lo que occidente denominó “Euromaidan”, cuando los habitantes del Donbass (zona oriental de Ucrania con un 98% de población vinculada lingüística, cultural e históricamente con Rusia) se opuso al golpe de Estado dado en Kiev contra el gobierno de Viktor Yanukovich, con apoyo tanto de la C.I.A. como de occidente en general y de diferentes grupos armados fascistas y neo-nazis. Aquel levantamiento de la población ruso-ucraniana contra el golpe de estado que derrocó a Yanukovich, los condujo a declarar su independencia y a crear las llamadas Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk.
A raíz de aquel “putsch” separatista, las autoridades ucranianas que accedieron al poder tras el golpe contra Yanukovich aprovecharon para comenzar a desarrollar una agenda que les alejase del Kremlin —a quien culpaban de instigar y apoyar la segregación— tanto en lo político como en lo militar, lo económico o lo diplomático, al tiempo que intentaban ocultar que, desde 1991 hasta 2014 (según declaraciones de la ex secretaria de Estado norteamericana y asistente para Europa, Victoria Nuland), la oposición ucraniana y los grupos de poder contrarios a Yanukovich habían recibido más de 5.000 millones de dólares para impulsar una agenda que acercase el país hacia la OTAN y los EE.UU., para distanciar al país de Moscú y, claro está, para derrocar al propio Yanukovich.
Como era de esperar, Rusia tampoco se quedó de brazos cruzados y, a partir del golpe de estado pro occidental, los independentistas del Donbass empezaron a contar con el indisimulado apoyo de Putin y del potencial propagandístico, económico y para-militar ruso. En definitiva: una vez más un trozo de tierra, a medio camino entre dos potencias, volvía a convertirse en el siniestro tablero en el que algunos podían jugar con fuego sin miedo a recibir ningún fogonazo, porque para eso ya están los indígenas, que muy a su pesar son siempre carne de cañón de excelente calidad.
Bien es sabido que los pulsos entre potencias imperialistas suelen producirse en aquellos momentos en los que las crisis, en cualquiera de sus muy diversas facetas, hacen mella en casa de los litigantes; ya sea porque la economía va mal, porque el descontento social hace peligrar el orden establecido o porque la credibilidad y la solvencia de los respectivos líderes vive horas bajas. Hoy, tanto en Washington como en Moscú, se dan prácticamente todas las premisas necesarias para que ambos contendientes “jueguen a jugársela”: Biden siente cada vez más cerca el aliento del trumpismo en su nuca, las elecciones de mitad de legislatura no pintan nada bien para los demócratas, la economía no acaba de despegar del todo y, además, cada vez parece más imposible que pueda llegar a cumplir una parte importante del esperanzador programa de gobierno que le llevó a la Casa Blanca. Putin, por su parte, también está viviendo un momento muy delicado por lo que respecta a su credibilidad y se mantiene en el poder mediante una política represiva y de caza al opositor, sea quien sea, que recuerda oscuras épocas pretéritas. Pero, además, no solo no ha conseguido convertir Rusia en un boyante estado capitalista, sino que ha desmantelado por completo las ventajas sociales que implicaba un pasado ligado al “socialismo real” para sustituirlas, al más puro estilo “Thatcheriano” por una nación extremadamente privatizada en la que un exquisito club de supermillonarios, muchos de ellos ex mafiosos o ex “apparatchik”, viven un constante lujo desmedido mientras la mayoría de la población se las ve canutas para malpasar con míseros salarios que les hacen a veces anhelar aquellos tiempos en los que “Papá Estado” se preocupaba de cubrir sus necesidades básicas a cambio, eso sí, de no poder disfrutar del presunto “glamour” y de las diversiones que ofrecía el “mundo libre”.
Hoy le ha tocado a Ucrania (o quizás, se lo ha ganado a pulso…) convertirse en el lugar donde puede producirse en cualquier momento la tormenta perfecta. Algo que es, indudablemente, muy inquietante. Por lo pronto, ya hay quien está intentando forrarse solo con la amenaza de que la cosa pueda ir a peor y que, por ejemplo, el Kremlin y sus monaguillos de Gazprom corten el grifo del gaseoducto que nutre de carburante a media Europa. Algo que en países como Alemania, Austria o Bélgica puede resultar bastante aterrador si se produce en pleno invierno. Un pánico que no le pasa inadvertido al país directamente competidor de Rusia en lo que a producción de gas respecta y que no es otro que… ¡Tachan!: el Amigo Americano.
España, sin ir más lejos, ha visto en cuestión de pocas semanas como EEUU se convertía en su mayor proveedor de gas tras el cierre del gasoducto de Argelia que, desde hacía décadas, suministraba el 45% de este tipo de carburante que se consume en el país. Es curioso que sea EE.UU. quien haya prometido a Europa que no faltará suministro de gas, pase lo que pase en Ucrania, y que a la vez sea corresponsable directo de lo que allí pueda pasar. Es casi como un juego del trile en el que ya no hace falta, ni tan siquiera, usar ningún cubilete para ocultar la moneda, porque, aunque veas la trampa te va a dar igual: no te dejan reclamar.
Todo este siniestro culebrón no sería más que eso, un folletín en plan “Lucha de Titanes” si no fuese porque las guerras, los amagos de guerra e, incluso, las escaramuzas bélicas suelen, por muy bien diseñadas que estén, producir víctimas que en su gran mayoría son personas que “pasaban por allí”. Es terriblemente trágico llegar a oír en un informativo de TV, como ocurrió el 9 de febrero pasado, que fuentes de la contrainteligencia ligadas al Pentágono estimaban que, en caso de conflicto armado en Ucrania se producirían, ya de entrada, alrededor de 50.000 bajas mortales. Con noticias como esta resulta increíble imaginarse que pueda haber nadie capaz de posicionarse con unos o con otros; con tirios o con troyanos, con Washington o con Moscú. Si algo debería de habernos quedado claro después de siglo y medio de lucha obrera, de revoluciones, de victorias, de derrotas y de exilios es que, en este mundo que vivimos, las guerras las causan las élites, las ganan los banqueros, las sufren los pueblos y las pierden los pobres.
¡NO A LA GUERRA!
RUMOURS OF WAR
There were soldiers marching on the common today
They were there again this evening
They paced up and down like seabirds on the ground
Before the storm clouds gathering.
I must buy whatever tin food is left on the shelves
They’re testing the air-raid sirens
They’ve built up the blood-banks and emptied the beds
At the hospital and the asylum.
Saw a man build a shelter in his garden today
As we stood there idly chatting
He said «No, no I don’t think war will come»
Yet still he carried on digging.
Everything in my life that I love
Could be swept away without warning
Yet the birds still sing and the church bells ring
And the sun came up this morning.
Life goes on as it did before
As the country drifts slowly to war.
Letra y música: Billy Bragg. 1991.
RUMORES DE GUERRA
Hoy había soldados marchando en las calles.
Esta tarde han vuelto a estar allí
Se pasean arriba y abajo como aves marinas en tierra
Antes de juntarse las nubes de tormenta.
Tengo que comprar la comida de lata que quede en los estantes
Están probando las sirenas antiaéreas
Han llenado los bancos de sangre y vaciado las camas
Tanto en el hospital como en la residencia.
Hoy vi a un hombre construir un refugio en su jardín
Mientras estábamos allí charlando ociosamente
Dijo: «No, no creo que haya guerra».
Sin embargo, siguió cavando.
Todo lo que amo en mi vida
Podría ser barrido sin previo aviso
Sin embargo, los pájaros siguen cantando y las campanas de la iglesia suenan
Y el sol salió esta mañana.
La vida sigue como antes
Mientras el país se dirige lentamente a la guerra.
Traducción libre: Liova37

Por liova37
Vía errepublikaplaza
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