«El movimiento era un grano para la Iglesia, que les abandonó y nunca les ha reivindicado»
Nada mejor, cómo respuesta al nacional-catolicismo del obispo de córdoba, que traer a la memoria este documental que habla de otra manera de practicar el catolicismo.
Claro está que el obispo está a favor de los privilegios que le concedieron los franquistas y al contrario, estos curas obreros luchaban precisamente contra el franquismo y a favor de los desfavorecidos, los de abajo, los obreros, los que soportaban la explotación capitalista cobijada bajo el palio con que la jerarquía de la iglesia paseaba al caudillo.
Los curas obreros: cuando la lucha antifranquista nacía del Evangelio
RAFAEL GUERRERO.
DIRECTOR DE CONTENIDOS DEL DOCUMENTAL.
El movimiento de los curas obreros empezó en Francia, en plena ocupación nazi. Curas y comunistas unieron fuerzas en una unidad que acabó siendo conocida como ‘La Misión’. Esta filosofía de dejar la sotana y unirse al pueblo en sus ocupaciones, problemas y luchas diarias se trasladó a los seminarios españoles durante los años 40 y, más, tarde, ya en los 60, a las calles. Se extendió durante veinte años y sus momentos más duros llegaron en el tardofranquismo y durante la transición política española. Se calcula que en España hubo unos 800 sacerdotes vinculados de algún modo a estos movimientos sociales.’De la cruz al martillo’ recoge los testimonios de muchos de los que participaron en dos grandes focos andaluces surgidos en Granada y en Sevilla. Pese a que han pasado varias décadas, en el caso granadino, todos continúan con vida. Alguno cuenta ya con 90 años. Y todos ellos estarán mañana viernes, a las 19.00 horas, en el Centro Lorca, para la presentación en del documental en el que son los protagonistas. «Va a ser una imagen histórica y emotiva. Creo que nunca se han reunido todos juntos en un mismo sitio», avanza Guerrero, que ha contado para este trabajo con el apoyo de José Antonio Torres y Pablo Coca.Sus nombres son Antonio Quitián, Ángel Aguado y los hermanos José y Manuel Ganivet y Elías Alcalde, que comparten testimonio con la exmonja Encarnación Olmedo y con otros religiosos de la provincia de Sevilla como Enrique Priego y Esteban Tabares, el teólogo José María Castillo, la historiadora Basilisa López, el expresidente de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), Alfonso Alcaide, o Francisco Casero, del Sindicato de Obreros del Campo (SOC).«Me di cuenta de que había que cambiar las cosas, la sociedad tal como estaba», cuenta en la cinta Antonio Quitián. «Yo no quería ser monja de rezar y cosas de esas, quería estar cerca de la gente humilde y que pasaba necesidades», señala Encarnación Olmedo, que ‘colgó’ años más tarde el hábito para casarse con Ángel Aguado, quien hizo lo propio con la sotana. Eran jóvenes y decidieron abrazar una vida humilde para lanzarse a los barrios marginales y mezclarse con las reivindicaciones obreras.
La huelga de 1970
El paradigma fue la huelga de la construcción de 1970. Una manifestación recorrió las calles de Granada y acabó en tragedia. La policía, enviada por las autoridades que pidieron disolver la protesta, respondió con disparos al lanzamiento de piedras por parte de un grupo de manifestantes en la actual avenida de la Constitución. Murieron tres obreros:Antonio Huertas Remigio, Cristóbal Ibáñez Encinas y Manuel Sánchez Mesa. Un monolito les recuerda hoy día en la capital granadina. «Aquello costó sangre. Ellos estaban detrás y la prensa del régimen les puso de culpables de lo ocurrido», recuerda Guerrero. En 1970, año de aquella trágica huelga, José Ganivet, con 26 años, era coadjutor –ayudante de cura– y trabajaba también como encofrador para ganarse el sueldo. Era una albañil más del barrio de Cartuja. Estuvo en la manifestación y después volvió a la parroquia. No supo lo ocurrido hasta horas más tarde, cuando el padre Quitián le contó entre lágrimas que tres obreros habían muerto por los disparos.Un lustro más tarde el desempleo azota Granada. Una encuesta publicada en IDEAL aporta datos sobre el paro, la pobreza y la marginación que atenazan a la barriada de la Paz. Las cifras son espeluznantes. Una columna de Rafael Martínez Miranda denuncia la situación que están viviendo los habitantes de esta zona de la ciudad: «Ante la situación económica se nos pide solidaridad social pero si un sistema económico, para funcionar bien, tiene que basarse en que los que menos tienen se aprieten el cinturón con frecuencia para que los que están mejor situados continúen en su prosperidad, es un sistema económico que no es justo, que no es humano» (IDEAL, 9 de abril de 1975). El día 29 de abril parados cansados de ser despreciados por las autoridades y de hacer asambleas en la iglesia de la Paz, acompañados de líderes sindicales y sociales –unas 90 personas en total–, deciden presentar sus reclamaciones ante la Casa Sindical. Les reciben, pero la actitud pasiva de las autoridades sindicales les lleva a tomar otras medidas. Se trasladan a los alrededores del Palacio Arzobispal. 35 trabajadores se encierran en la Curia. Entre ellos estaban los religiosos Antonio Quitián, Ángel Aguado y Miguel Heredia. Quitián llama por teléfono a la prensa y advierte del encierro. El entonces arzobispo Emilio Benavent se solidariza con los encerrados y advierte a la policía de que no podrán entrar a desalojarlos.La reacción policial es impedir que les lleguen alimentos. El 1 de mayo amanece con dos encierros más de apoyo, uno en la Catedral y otro en la iglesia de San Isidro. Los encerrados en esta última iglesia son los primeros en ser desalojados. En la Catedral empiezan a mostrar síntomas de desnutrición. Al noveno día la policía irrumpe en la Curia. Los 35 trabajadores son esposados y puestos a disposición judicial. Muchos son detenidos.Los sacerdotes fueron enviados a Carabanchel, donde se encerraba habitualmente a los presos políticos. Tras tres meses de estancia en prisión, fueron recluidos en la institución religiosa de las mercedarias en Cájar.

La Virgencica
Su lucha por los derechos laborales estuvo unida en paralelo a su desdén por ayudar a los excluidos por la sociedad. La Huerta de la Virgencica, un barrio levantado en el polígono de la Cartuja a finales del franquismo –ya desaparecido, donde hoy se levanta Albayda–, fue uno de las zonas donde más intensamente se involucraron. Las viviendas se construyeron con un fin provisional y sus condiciones eran insalubres. «No habían saneamientos, escuelas ni transporte público en ese entonces, y los niños se morían por falta de cuidados sanitarios», relata Rafael Guerrero. Lucharon «por las viviendas o para que llegara el autobús al barrio», relata Encarnación Olmedo en la cinta.El paralelismo con situaciones actuales es inevitable, aunque las circunstancias, las políticas, sobre todo, son realmente distintas. Guerrero, considera que lucharon por «derechos que hoy en día parecen absurdos, pero de los que en ese tiempo allí no se gozaban». Por eso han hecho este documental, «para que, sobre todo, las nuevas generaciones sepan por lo que ha pasado España y conozcan la historia de gente que ha hecho un ejercicio de sacrificio personal en favor de los más desfavorecidos».
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