3 de junio de 2023

Radio Republicana

Buenaventura Durruti ochenta y cuatro años después

Portada del libro ‘Durruti en la revolución española’, de Abel Paz.

Via: La Casa de la memoria de La Sauceda – POR: JOSÉ LUIS GUTIÉRREZ MOLINA

Se cumple el octogésimo cuarto aniversario de la muerte de Buenaventura Durruti en Madrid. Un hecho que, todavía hoy, está sujeto a controversia, a diversas versiones e interpretaciones. Quizás la mayor certeza sea que la situación actual del conocimiento de lo ocurrido es una de las consecuencias de las políticas de ocultación y desinformación. Pero eso es otra cuestión. Hoy toca recordar al personaje convertido en uno de los iconos del anarquismo y el anarcosindicalismo en España, que es como decir en el más importante del mundo mundial, y en una figura histórica que se ha transmitido de generación en generación hasta alcanzar la categoría de mito. De otro lado a pesar de ser protagonista o aparecer de forma significativa en miles de trabajos de todo tipo todavía hoy continúa siendo la principal referencia la biografía que Diego Camacho, “Abel Paz”, escribió hace más de medio siglo.

Para la mayoría de admiradores y detractores Durruti es el hombre de acción, al atracador de bancos perseguido por el Estado, la figura de la Revolución que el fracaso del golpe de Estado de julio de 1936 desencadenó, el mártir de la causa proletaria. Incluso el autor de frases, como “llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones”, que han terminado adornando camisetas incluso de diseño. En conjunto es el icono del mundo libertario que enraizó profundamente en la sociedad española, no sólo en el mundo obrero, desde finales del siglo XIX hasta mitad del siglo pasado. Que todavía hoy, aunque minoritario respecto a esos momentos, se mantiene vivo en el mundo social, sindical, cultural y político español.

Para mí, además de todo lo ya escrito, Durruti fue el ejemplo del militante cenetista de aquellos años. El que anteponía la organización a todo, el que pensaba que el sindicato era herramienta y no finalidad, el que pensaba en el papel que tenía el individuo y creía en los planteamientos ácratas como pilares de la nueva sociedad. El medio más importante de todos los que los revolucionarios del momento disponían. Lo que le permitió compaginar al atracador de bancos de los años veinte en medio mundo con su crítica a los medios violentos en los meses previos al golpe de Estado cuando la poderosa CNT, incluso en Cataluña, se resentía de ataques, persecuciones, debates y competencias internas y externas. Lo más importante era la organización y como miembro de ella a ella se debía por encima de todo. Por eso, a pesar de las dudas, aceptó trasladarse Madrid a comienzos de noviembre cuando la ciudad estaba a punto de caer en manos golpistas y el gobierno, incluido ministros cenetistas, habían partido hacia Valencia.

Durruti es, por tanto, el ejemplo del disciplinado militante anarcosindicalista que no hay que confundir con servilismo. En demasiadas ocasiones se ha querido confundir o menospreciar al anarcosindicalista como un ser indisciplinado y caótico. Un intento más por difuminar y anular al más poderoso competidor que el Estado ha tenido en España, a la herramienta capaz de vehicular la última revolución europea. Que la organización, la CNT, su dirigencia, no fuera capaz de responder como se hubiera pensado en las circunstancias del golpe de Estado y la guerra convencional en la que terminó convirtiéndose su fracaso inicial, no es una cuestión que deba desdibujar o anular que si en la España de 1936 se vivió un corto verano de la anarquía fue precisamente por la existencia del anarcosindicalismo, de los anarcosindicalistas como Durruti y otros muchos miles con no tanta fortuna historiográfica.

El leonés reunía todos los elementos para convertirse en el mito que ha llegado a ser. Su muerte en Madrid, las circunstancias en las que se produjo, fue el clavo que las remachó. A partir de entonces, como todos los mitos, la figura de Durruti ha tenido los usos e interpretaciones que se han considerado. Hasta hoy.

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