
Misiones pedagógicas
Desde otramiradaesposible
En una entrevista en defensa de las virtudes del emérito Alfonso Guerra, el hombre que se convirtió en especialista en Antonio Machado por tararear una canción de Serrat, utilizó para la defensa de la monarquía el ataque y aseguró que la izquierda debería abandonar su idealización de la Segunda República y que la derecha debería condenar la dictadura franquista. Lo dijo como si ambas cosas fueran categóricamente iguales y con eso las izquierdas y las derechas pusieran su contador a cero, terminaran, de una vez por todas, sus ajustes de cuentos y cuentas y hablaran a partir de ese momento desde lo real.
“La memoria de quienes hicieron posible ese momento, tuvieron ese compromiso y lo pagaron terriblemente ha sido pisoteada, negada, ignorada y desprestigiada, para allanarle la pista de aterrizaje a un rey que fue un ferviente franquista hasta que le convino hacer creer otra cosa. Y uno se pregunta ¿cómo es posible que Alfonso Guerra haya liderado un partido que tiene a miles y miles de militantes en fosas comunes y teniendo el poder para darles verdad, justicia y reparación, no lo haya hecho y siga echando paladas de tierra sobre sus vidas?”
En una democracia, idealizar a la Segunda República es una opción, pero condenar a una dictadura, que asesinó de decenas de miles de civiles, que violó y humilló a cientos de miles de mujeres e impuso el terrorismo de Estado hacia sus opositores como una forma de normalidad política, parece más bien un imperativo categórico.
Otro día podemos preguntarle a don Alfonso cómo es posible condenar la dictadura franquista y defender al que el dictador señalo como su sucesor, pero esa es otra historia que debe ser más sencilla de entender desde el republicanismo juancarlista.
Lo que consiguió Alfonso Guerra es hacerme reflexionar acerca de si está o no está mal idealizar a una generación que construyó la primera democracia de nuestra historia, que celebró las primera elecciones generales con sufragio universal masculino y femenino el 19 de noviembre de 1933 (antes que otras sólidas democracia europeas); una generación que se comía a bocados el analfabetismo, y que inició un enorme esfuerzo presupuestario para construir grupos escolares por todo el territorio, para terminar con ese analfabetismo secular que tan poco preocupaba a la monarquía; una generación republicana que explotó culturalmente de una forma, con una intensidad y un compromiso de la cultura con el progreso y el cambio social, que es muy probable que sea irrepetible; que enviaba bibliotecarias con baúles con los cien mejores títulos de la historia de la literatura a pueblos en los que hasta entonces sólo había un libro impreso, que era la biblia; que también distribuía gramófonos y discos de pizarra con las mejores obras de la música clásica; esa generación que construyó igualdad y derechos para las mujeres, que separó la religión del Estado, que reguló el divorcio, para liberar a muchas personas de vidas que no querían vivir; que despenalizó la homosexualidad; que redactó en 1931 la primera Constitución en la historia de la humanidad que incluía como derecho interno todos los acuerdos de derecho humanitario acordados por la sociedad internacional hasta la época, y cuyos redactores son venerados en el extranjero y aquí no tienen su nombre en una triste aula universitaria, en una facultad de derecho; una generación republicana que trabajó, militó y se sindicalizó para terminar en los pueblos con el caciquismo secular. Una generación que construyó derechos, coberturas laborales, protección social como no ha existo otra.

Tan comprometidos estaban con la democracia que fueron los primeros hombres y las primeras mujeres en Europa en enfrentarse al fascismo, avisando y anunciando a otros países europeos que el golpe de Estado de Franco era el principio de un terrible viaje hacia la oscuridad.
La memoria de quienes hicieron posible ese momento, tuvieron ese compromiso y lo pagaron terriblemente ha sido pisoteada, negada, ignorada y desprestigiada, para allanarle la pista de aterrizaje a un rey que fue un ferviente franquista hasta que le convino hacer creer otra cosa. Y uno se pregunta ¿cómo es posible que Alfonso Guerra haya liderado un partido que tiene a miles y miles de militantes en fosas comunes y teniendo el poder para darles verdad, justicia y reparación, no lo haya hecho y siga echando paladas de tierra sobre sus vidas?
A ver si esto sirve de explicación. Cuentan quienes guardan la memoria de lo que nunca nos contaron que el joven Alfonso Guerra llegó a visitar el primer sitio en el que iba a trabajar en su vida, en la Universidad Laboral de Córdoba, a bordo de un coche conducido por un chófer. La matrícula era del Ejercito de Tierra y el vehículo era el que su padre, uno de los primeros y fervientes golpistas sevillanos de 1936, tenía asignado entre otros privilegios.
Señor Alfonso Guerra, pensándolo bien, prefiero la Barraca a la movida madrileña.
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